¿ Que causa un trastorno alimentario?
Los trastornos del comportamiento alimentario son trastornos multidimensionales, en los cuales juegan un papel relevante la interacción de factores fisiológicos, evolutivos, psicológicos y socioculturales aún cuando el peso específico de cada uno de ellos no esté bien determinado. Entre los factores causales más recogidos en la literatura científica sobre el tema están:
1. La presión cultural sobre la mujer para ser delgada
2. El deseo para alcanzar una imagen idealizada de cuerpo perfecto, para compensar la baja autoestima y el miedo a ser rechazada
3. Estados anímicos negativos, con presencia de depresión
4. Estrés interpersonal con desarrollo de pocas habilidades asertivas y de resolución de problemas
5. Hábitos alimentarios y control del peso pobres, potenciados por el intento de seguir una dieta rígida irreal y muy restrictiva.
6. Pensamientos erróneos sobre nutrición, peso y apariencia física
7. Dificultades de regulación emocional.
8. Vulnerabilidad Biológica: Excesiva sensibilidad a la estimulación negativa; Impulsividad. Alteraciones del estado de ánimo
Los cambios
Los trastornos de la conducta alimentaria suelen iniciarse en el contexto de un cambio vital: cambio de colegio, instituto; inicio de la universidad o de la vida laboral; cambios en el domicilio; de amigos; separación de pareja….esto es, situaciones que suponen una mayor responsabilidad o un nivel de madurez que la persona no tiene. El cambio más común es la pubertad, que implica hacer frente a una serie de cambios corporales y se producen los primeros acercamientos sexuales.
Además, existen otros cambios que sitúan a algunas personas en situación de riesgo: el estrés producido por el cambio de vida y las nuevas responsabilidades de la joven que contrae matrimonio puede desencadenar un TCA si tuvieron ciertas dificultades con la comida durante su adolescencia; pero no fueron lo suficientemente graves como para desembocar en un cuadro clínico.
La soledad del ama de casa cuando los hijos se hacen mayores puede desencadenar trastornos alimentarios si tiende a usar la comida como entretenimiento y evasión. En la mayoría de los casos, la situación se ha ido gestando durante años de vida sedentaria que le han producido un exceso de peso. Algunas de estas amas de casa pueden encontrarse con que llevar pautas de vida más saludables que incluyan adelgazar, iniciar actividades fuera y aumentar el ejercicio físico, les llena la vida lo que termina en obsesión.
Personas de mediana edad, entre los 35-60 años, inician dietas para perder peso pensando que así adquieren un aspecto más joven. En este objetivo encuentran algo con que llenar ilusoriamente el vacío de una existencia que se les ha escapado y creen que así podrán recuperar.
Comentarios de personas relevantes
Son factores muy perjudiciales e inducen a muchas chicas a iniciar el trastorno, los comentarios de los entrenadores físicos -gimnasia, patinaje, natación, ballet, etc.- acerca de la necesidad de tener un cuerpo delgado para destacar, triunfar o vencer en las pruebas de competición o exhibiciones artísticas. O los comentarios opuestos acerca de la falta de habilidades de alguna alumna como consecuencia de un cuerpo con el más ligero sobrepeso.
La operación “Bikini”: los comentarios sobre el cuerpo y la ropa cuando se acerca la temporada primavera-verano y las conversaciones sobre cómo van a eliminar la celulitis; la exaltación de las intervenciones quirúrgicas; inducen a muchas personas a iniciar dietas “milagrosas”.
La influencia de los compañeros: contagio escolar-seguridad relacional
La presión para hacer dieta, de las compañeras del colegio o de algún equipo de deporte, es una situación de alto riesgo en una etapa -inicio de la adolescencia- en la que la influencia de los iguales adquiere un gran peso en la toma de decisiones. En esta etapa suelen existir en los colegios algunas chicas perversas que inducen a otras chicas –las más vulnerables- a hacer dietas que ellas nunca harán. Se apuestan conductas restrictivas: “no comer la merienda”, “no desayunar”, y se desprecia a las que parecen no lograrlo. La inductora miente y no restringe, la vulnerable, que desea ser aceptada por la prestigiosa, lo consigue y desarrolla el trastorno.
Las informaciones supuestamente preventivas de ciertas charlas escolares sobre alimentación sana, que inducen a la chica a eliminar la grasa de la comida familiar. Esta información, adquirida sin filtro, puede ser interpretada por la chica de forma excesivamente radical y al comparar lo aconsejado con lo que comen habitualmente en su casa, llegar a la conclusión de que no es una comida sana, decidiendo cumplir a rajatabla lo aprendido.
Situaciones de evaluación
Los exámenes. El estrés que produce la evaluación y la perpetua sensación de ineficacia de las personas vulnerables, hace que bastantes casos de anorexia y bulimia nerviosa surjan en época de exámenes. Además, muchas jóvenes inician sus atracones preparando exámenes al utilizar la comida como gratificación compensatoria.
Haber sido víctima de abusos
Haber tenido experiencias sexuales no placenteras. Algunas personas tras una experiencia sexual no deseada inician un trastorno purgativo que puede desembocar en una anorexia o en una bulimia. Otras sienten tanto asco hacia su cuerpo y las sensaciones que siente, que tratan de eliminarlo, castigarlo, como forma de olvidar la situación de abuso vivida.
Aculturación Alimentaria
Aspectos tradicionales, como sentarse a la mesa para comer o cenar en familia y el uso de la dieta mediterránea están desapareciendo de las casas españolas. El cambio en los hábitos familiares ha favorecido la utilización inapropiada de la comida y el desarrollo de trastornos bulímicos. La ausencia de una persona que se responsabilice de los horarios de comida (un papel tradicionalmente atribuido a la madre y ahora muy desdibujado y sin claras alternativas), dificulta que en muchos casos se adquieran unos hábitos de alimentación adecuados.
Conciliación de vida laboral y familiar
En íntima relación con el punto anterior se encuentra la vulnerabilidad producida por jornadas laborales largas y extenuantes. Debido a su horario laboral, muchos padres van siempre con prisa, salen temprano y llegan muy tarde, sin tiempo para estar en casa. Las consecuencias más negativas de esta situación son que se prescinde de preparar el desayuno de los niños y de acompañarles mientras lo toman, y que no pueden recibirlos cuando vuelven por la tarde del colegio o del instituto. Muchos suelen ir a clase habiendo tomado un desayuno irrisorio y solitario o bien van al colegio sin desayunar, con el encargo de comprarse algo por ahí para comerlo luego.
Después, la prolongación de las horas de trabajo hace que estén ausentes cuando el/la hija vuelve del colegio y que ésta carezca de la posibilidad de una comida socializada que le llene el cuerpo y el espíritu. La merienda se reduce a una mera ingesta física en soledad, con la única compañía de la nevera.
En estos casos, la vulnerabilidad a la anorexia o la bulimia vienen tanto de la ausencia de una alimentación estructurada, como de la ausencia de un afecto relacional expresado. El niño/a, el adolescente, no aprende la importancia que tiene comer para rendir bien en el colegio o aprende a sustituir la ausencia de sus padres por la comida, y ambas circunstancias propician el riesgo de desarrollar un trastorno alimentario. Además, con esta forma de vida, los padres pierden la posibilidad de observar y detectar qué están haciendo sus hijos con la alimentación y para cuando se quieren dar cuenta, el trastorno está instaurado.
Predisposición genética
Los estudios familiares y gemelares parecen indicar que existe un riesgo incrementado de padecer anorexia o bulimia si tienen familiares que padecen estas enfermedades. Y aunque aún no se ha encontrado un gen único que sea responsable del surgimiento de una anorexia o una bulimia, si parece que la combinación de múltiples genes contribuiría a la transmisión genética de determinadas características que participarían en suscitar una mayor vulnerabilidad al padecimiento de los trastornos de la conducta alimentaria. Entre otros, aquellos que participan en la codificación de la regulación del equilibrio nutricional o en la determinación de ciertos rasgos temperamentales.
Se supone que estos factores generan una determinada susceptibilidad para mostrar respuestas inadaptadas al estrés crónico. Una de estas respuestas está mediada, entre otros fenómenos, por un incorrecto funcionamiento del eje hipotálamo-hipófisis-adrenal. En presencia de determinados factores de estrés, la respuesta de afrontamiento realizada por este eje es errática, lo que determina una pérdida del equilibrio nutricional. Este equilibro nutricional se altera, igualmente por el uso continuado de dietas, tanto más cuanto mayor sea su duración e intensidad. Ello es debido al impacto que tiene en los procesos de regulación biológica de nuestro organismo. Intentar controlar la ingesta como consecuencia de un acto voluntario altera la sincronía de las estructuras cerebrales encargadas del control de la ingesta y del mantenimiento del peso corporal en torno a su valor de referencia llamado “punto de ajuste”. La sabiduría de nuestra biología se pierde ya que la dieta exige eliminar la percepción de hambre y saciedad. Seguir una dieta supone aprender a no hacer caso a las señales internas del organismo, generando confusión, lo que lleva a reforzar el control sobre lo que se come.
Vulnerabilidad hacia los estímulos corporales “negativos”
Las investigaciones llevadas a cabo con nuestras pacientes nos han puesto de manifiesto que, al menos las mas graves y resistentes, presentan una predisposición a responder de forma amplificada a determinados estímulos corporales interoceptivos.
La hipersensibilidad corporal unida a la interpretación errónea de las señales corporales ha sido denominada “estilo somático amplificador”, un estilo perceptivo-cognitivo característico de las personas que tienen una conciencia limitada de los estados emocionales y dificultades de su procesamiento cognitivo.
Este estilo somático amplificador es similar al observado en pacientes hipocondríacos, aunque en las pacientes con TCA los estímulos interoceptivos son diferentes y la preocupación no se enfoca hacia la salud sino al peso. La percepción excesiva de las señales corporales, por muy tenues que sean, les produce una gran preocupación valorándolas como indicadoras de gordura, en vez de percibirlas como tensión, malestar o emoción negativa.
Por ello hemos considerado que una parte de la patología puede considerarse la expresión de una hipocondría de la delgadez. Tal similitud fue percibida por los autores alemanes en los pacientes que padecían un trastorno dismórfico corporal, al que denominaron “hipocondría de la belleza”.
.
Personalidad
Ciertos rasgos de personalidad hacen vulnerable al desarrollo de la anorexia porque el trastorno facilita la evitación de situaciones vitales y sociales angustiosas. A las personas con anorexia se las ha definido como introvertidas, tímidas, emocionalmente inmaduras, irritables, hostiles, manipuladoras, socialmente ansiosas, excesivamente dependientes de la familia, con una enorme necesidad de aprobación externa, competitivas, autocríticas. Algunas de estas características estaban antes del trastorno: necesidad de aprobación, tendencia a la conformidad, obsesiones, falta de responsabilidad hacia las necesidades internas, control y disciplina escolar y posiblemente, aunque atenuadas, persistan después de su recuperación.
Aspectos cognitivos
Las peculiaridades en la forma de pensar ya sean leves o severas, pueden ser un factor de riesgo para el desarrollo de alguno de los trastornos de la conducta alimentaria, por su intervención en la maduración emocional y física, la creación y mantenimiento de relaciones interpersonales, el sentimiento de autonomía y una apropiada autoestima.
Algunas de las características del estilo cognitivo personal son distorsionadas y afectan la manera de sentir y actuar. En las personas que padecen un TCA se han observado algunas creencias irracionales que instan a realizar las conductas patológicas e interfieren el proceso de cambio
Los trastornos del comportamiento alimentario son trastornos multidimensionales, en los cuales juegan un papel relevante la interacción de factores fisiológicos, evolutivos, psicológicos y socioculturales aún cuando el peso específico de cada uno de ellos no esté bien determinado. Entre los factores causales más recogidos en la literatura científica sobre el tema están:
1. La presión cultural sobre la mujer para ser delgada
2. El deseo para alcanzar una imagen idealizada de cuerpo perfecto, para compensar la baja autoestima y el miedo a ser rechazada
3. Estados anímicos negativos, con presencia de depresión
4. Estrés interpersonal con desarrollo de pocas habilidades asertivas y de resolución de problemas
5. Hábitos alimentarios y control del peso pobres, potenciados por el intento de seguir una dieta rígida irreal y muy restrictiva.
6. Pensamientos erróneos sobre nutrición, peso y apariencia física
7. Dificultades de regulación emocional.
8. Vulnerabilidad Biológica: Excesiva sensibilidad a la estimulación negativa; Impulsividad. Alteraciones del estado de ánimo
Los cambios
Los trastornos de la conducta alimentaria suelen iniciarse en el contexto de un cambio vital: cambio de colegio, instituto; inicio de la universidad o de la vida laboral; cambios en el domicilio; de amigos; separación de pareja….esto es, situaciones que suponen una mayor responsabilidad o un nivel de madurez que la persona no tiene. El cambio más común es la pubertad, que implica hacer frente a una serie de cambios corporales y se producen los primeros acercamientos sexuales.
Además, existen otros cambios que sitúan a algunas personas en situación de riesgo: el estrés producido por el cambio de vida y las nuevas responsabilidades de la joven que contrae matrimonio puede desencadenar un TCA si tuvieron ciertas dificultades con la comida durante su adolescencia; pero no fueron lo suficientemente graves como para desembocar en un cuadro clínico.
La soledad del ama de casa cuando los hijos se hacen mayores puede desencadenar trastornos alimentarios si tiende a usar la comida como entretenimiento y evasión. En la mayoría de los casos, la situación se ha ido gestando durante años de vida sedentaria que le han producido un exceso de peso. Algunas de estas amas de casa pueden encontrarse con que llevar pautas de vida más saludables que incluyan adelgazar, iniciar actividades fuera y aumentar el ejercicio físico, les llena la vida lo que termina en obsesión.
Personas de mediana edad, entre los 35-60 años, inician dietas para perder peso pensando que así adquieren un aspecto más joven. En este objetivo encuentran algo con que llenar ilusoriamente el vacío de una existencia que se les ha escapado y creen que así podrán recuperar.
Comentarios de personas relevantes
Son factores muy perjudiciales e inducen a muchas chicas a iniciar el trastorno, los comentarios de los entrenadores físicos -gimnasia, patinaje, natación, ballet, etc.- acerca de la necesidad de tener un cuerpo delgado para destacar, triunfar o vencer en las pruebas de competición o exhibiciones artísticas. O los comentarios opuestos acerca de la falta de habilidades de alguna alumna como consecuencia de un cuerpo con el más ligero sobrepeso.
La operación “Bikini”: los comentarios sobre el cuerpo y la ropa cuando se acerca la temporada primavera-verano y las conversaciones sobre cómo van a eliminar la celulitis; la exaltación de las intervenciones quirúrgicas; inducen a muchas personas a iniciar dietas “milagrosas”.
La influencia de los compañeros: contagio escolar-seguridad relacional
La presión para hacer dieta, de las compañeras del colegio o de algún equipo de deporte, es una situación de alto riesgo en una etapa -inicio de la adolescencia- en la que la influencia de los iguales adquiere un gran peso en la toma de decisiones. En esta etapa suelen existir en los colegios algunas chicas perversas que inducen a otras chicas –las más vulnerables- a hacer dietas que ellas nunca harán. Se apuestan conductas restrictivas: “no comer la merienda”, “no desayunar”, y se desprecia a las que parecen no lograrlo. La inductora miente y no restringe, la vulnerable, que desea ser aceptada por la prestigiosa, lo consigue y desarrolla el trastorno.
Las informaciones supuestamente preventivas de ciertas charlas escolares sobre alimentación sana, que inducen a la chica a eliminar la grasa de la comida familiar. Esta información, adquirida sin filtro, puede ser interpretada por la chica de forma excesivamente radical y al comparar lo aconsejado con lo que comen habitualmente en su casa, llegar a la conclusión de que no es una comida sana, decidiendo cumplir a rajatabla lo aprendido.
Situaciones de evaluación
Los exámenes. El estrés que produce la evaluación y la perpetua sensación de ineficacia de las personas vulnerables, hace que bastantes casos de anorexia y bulimia nerviosa surjan en época de exámenes. Además, muchas jóvenes inician sus atracones preparando exámenes al utilizar la comida como gratificación compensatoria.
Haber sido víctima de abusos
Haber tenido experiencias sexuales no placenteras. Algunas personas tras una experiencia sexual no deseada inician un trastorno purgativo que puede desembocar en una anorexia o en una bulimia. Otras sienten tanto asco hacia su cuerpo y las sensaciones que siente, que tratan de eliminarlo, castigarlo, como forma de olvidar la situación de abuso vivida.
Aculturación Alimentaria
Aspectos tradicionales, como sentarse a la mesa para comer o cenar en familia y el uso de la dieta mediterránea están desapareciendo de las casas españolas. El cambio en los hábitos familiares ha favorecido la utilización inapropiada de la comida y el desarrollo de trastornos bulímicos. La ausencia de una persona que se responsabilice de los horarios de comida (un papel tradicionalmente atribuido a la madre y ahora muy desdibujado y sin claras alternativas), dificulta que en muchos casos se adquieran unos hábitos de alimentación adecuados.
Conciliación de vida laboral y familiar
En íntima relación con el punto anterior se encuentra la vulnerabilidad producida por jornadas laborales largas y extenuantes. Debido a su horario laboral, muchos padres van siempre con prisa, salen temprano y llegan muy tarde, sin tiempo para estar en casa. Las consecuencias más negativas de esta situación son que se prescinde de preparar el desayuno de los niños y de acompañarles mientras lo toman, y que no pueden recibirlos cuando vuelven por la tarde del colegio o del instituto. Muchos suelen ir a clase habiendo tomado un desayuno irrisorio y solitario o bien van al colegio sin desayunar, con el encargo de comprarse algo por ahí para comerlo luego.
Después, la prolongación de las horas de trabajo hace que estén ausentes cuando el/la hija vuelve del colegio y que ésta carezca de la posibilidad de una comida socializada que le llene el cuerpo y el espíritu. La merienda se reduce a una mera ingesta física en soledad, con la única compañía de la nevera.
En estos casos, la vulnerabilidad a la anorexia o la bulimia vienen tanto de la ausencia de una alimentación estructurada, como de la ausencia de un afecto relacional expresado. El niño/a, el adolescente, no aprende la importancia que tiene comer para rendir bien en el colegio o aprende a sustituir la ausencia de sus padres por la comida, y ambas circunstancias propician el riesgo de desarrollar un trastorno alimentario. Además, con esta forma de vida, los padres pierden la posibilidad de observar y detectar qué están haciendo sus hijos con la alimentación y para cuando se quieren dar cuenta, el trastorno está instaurado.
Predisposición genética
Los estudios familiares y gemelares parecen indicar que existe un riesgo incrementado de padecer anorexia o bulimia si tienen familiares que padecen estas enfermedades. Y aunque aún no se ha encontrado un gen único que sea responsable del surgimiento de una anorexia o una bulimia, si parece que la combinación de múltiples genes contribuiría a la transmisión genética de determinadas características que participarían en suscitar una mayor vulnerabilidad al padecimiento de los trastornos de la conducta alimentaria. Entre otros, aquellos que participan en la codificación de la regulación del equilibrio nutricional o en la determinación de ciertos rasgos temperamentales.
Se supone que estos factores generan una determinada susceptibilidad para mostrar respuestas inadaptadas al estrés crónico. Una de estas respuestas está mediada, entre otros fenómenos, por un incorrecto funcionamiento del eje hipotálamo-hipófisis-adrenal. En presencia de determinados factores de estrés, la respuesta de afrontamiento realizada por este eje es errática, lo que determina una pérdida del equilibrio nutricional. Este equilibro nutricional se altera, igualmente por el uso continuado de dietas, tanto más cuanto mayor sea su duración e intensidad. Ello es debido al impacto que tiene en los procesos de regulación biológica de nuestro organismo. Intentar controlar la ingesta como consecuencia de un acto voluntario altera la sincronía de las estructuras cerebrales encargadas del control de la ingesta y del mantenimiento del peso corporal en torno a su valor de referencia llamado “punto de ajuste”. La sabiduría de nuestra biología se pierde ya que la dieta exige eliminar la percepción de hambre y saciedad. Seguir una dieta supone aprender a no hacer caso a las señales internas del organismo, generando confusión, lo que lleva a reforzar el control sobre lo que se come.
Vulnerabilidad hacia los estímulos corporales “negativos”
Las investigaciones llevadas a cabo con nuestras pacientes nos han puesto de manifiesto que, al menos las mas graves y resistentes, presentan una predisposición a responder de forma amplificada a determinados estímulos corporales interoceptivos.
La hipersensibilidad corporal unida a la interpretación errónea de las señales corporales ha sido denominada “estilo somático amplificador”, un estilo perceptivo-cognitivo característico de las personas que tienen una conciencia limitada de los estados emocionales y dificultades de su procesamiento cognitivo.
Este estilo somático amplificador es similar al observado en pacientes hipocondríacos, aunque en las pacientes con TCA los estímulos interoceptivos son diferentes y la preocupación no se enfoca hacia la salud sino al peso. La percepción excesiva de las señales corporales, por muy tenues que sean, les produce una gran preocupación valorándolas como indicadoras de gordura, en vez de percibirlas como tensión, malestar o emoción negativa.
Por ello hemos considerado que una parte de la patología puede considerarse la expresión de una hipocondría de la delgadez. Tal similitud fue percibida por los autores alemanes en los pacientes que padecían un trastorno dismórfico corporal, al que denominaron “hipocondría de la belleza”.
.
Personalidad
Ciertos rasgos de personalidad hacen vulnerable al desarrollo de la anorexia porque el trastorno facilita la evitación de situaciones vitales y sociales angustiosas. A las personas con anorexia se las ha definido como introvertidas, tímidas, emocionalmente inmaduras, irritables, hostiles, manipuladoras, socialmente ansiosas, excesivamente dependientes de la familia, con una enorme necesidad de aprobación externa, competitivas, autocríticas. Algunas de estas características estaban antes del trastorno: necesidad de aprobación, tendencia a la conformidad, obsesiones, falta de responsabilidad hacia las necesidades internas, control y disciplina escolar y posiblemente, aunque atenuadas, persistan después de su recuperación.
Aspectos cognitivos
Las peculiaridades en la forma de pensar ya sean leves o severas, pueden ser un factor de riesgo para el desarrollo de alguno de los trastornos de la conducta alimentaria, por su intervención en la maduración emocional y física, la creación y mantenimiento de relaciones interpersonales, el sentimiento de autonomía y una apropiada autoestima.
Algunas de las características del estilo cognitivo personal son distorsionadas y afectan la manera de sentir y actuar. En las personas que padecen un TCA se han observado algunas creencias irracionales que instan a realizar las conductas patológicas e interfieren el proceso de cambio
- Pensar que algo es cierto porque el sentimiento asociado es muy intenso, ignorando las pruebas que orientan hacia una realidad contraria. Las emociones son convertidas en pruebas de realidad: “me siento gorda, así que debo serlo”.
- Usar etiquetas: una persona puede atribuirse un calificativo e identificarse con él. Estos calificativos suelen ser globales y habitualmente de carácter negativo: “soy una perdedora”.
- Filtrar lo negativo: todo aquello que pueda ser considerado positivo es relegado a un plano de menor importancia, minimizado o negado, destacando lo negativo: “no importa que yo sea simpática e inteligente, lo único que importa es el tamaño de mis caderas”.
- Personalización: se considera que las reacciones de los demás, sus estados de ánimo, lo que dicen, están determinados por el que personaliza: “cómo no van a dejarme si soy una gorda”, “mi padre estaba ayer muy triste, yo sé que era por mí, porque hace días discutí con él”.
- Generalización: se establecen conclusiones globales a partir de observaciones o acontecimientos únicos: “si hoy no he podido controlar mi hambre, siempre será de la misma manera”.
- Catastrofismo: Se exageran los aspectos negativos de un acontecimiento o circunstancia, sin contemplar otras alternativas.
- Comparaciones injustas: mediante la comparación con el más alto estándar de lo comparado, la persona se siente siempre inferior. “Nunca podré ser como las modelos de las revistas