Trastornos de la Conducta Alimentaria
Los Trastornos del Comportamiento Alimentario (TCA) son trastornos multidimensionales generados por una conjunción de factores fisiológicos, cognitivos, emocionales, familiares y socioculturales, que se siguen expandiendo en una sociedad cuyo valor más deseado es alcanzar una imagen corporal delgada y una imagen psíquica perfecta como expresión de éxito y “elegancia”.
Estos trastornos han alcanzado dimensiones muy elevadas en las sociedades occidentales. La prevalencia de la anorexia nerviosa (AN) entre las mujeres oscila, entre 0.3% y 3.7%, dependiendo de los criterios más o menos estrictos para realizar el diagnóstico. En cuanto a la bulimia nerviosa (BN), la prevalencia oscila entre 1% y 4.2%.
Los tratamientos actuales consiguen mejorías que no superan el 70% de las pacientes y de estas, alrededor del 20% mantienen síntomas que las hacen muy vulnerables a las recaídas. El 25-30% restante sigue un curso crónico y las pacientes permanecen atrapadas en la patología.
Los pacientes presentan alteraciones del comer que repercuten de forma grave en su salud, pero su comprensión completa requiere considerarlos el resultado de problemas biológicos, cognitivos, emocionales y relacionales insertados en una sociedad volcada en el cuerpo.
No tomar en cuenta esta realidad subyacente bloquea la implementación de un programa de tratamiento integral, eficaz y duradero.
Contar calorías, realizar miles de flexiones o planificar cómo conseguir no comer a pesar de tener hambre, permite a la paciente disminuir su conciencia, bloquear los sentimientos dolorosos, evitar pensamientos amenazantes y/o eludir los retos vitales que la esperan.
Los atracones, a su vez, sirven para soslayar cualquier sentimiento negativo: tristeza, soledad, vacío interior, agresividad, que emerja en la conciencia; Las purgaciones se utilizan como alivio del exceso de comida, la negatividad emocional y/o la relajación física y mental.
La normalización alimentaria, obtenida mediante el establecimiento de unos hábitos alimentarios sanos, y la eliminación de las conductas purgativas, necesitan apoyarse en un cambio de mentalidad de las pacientes para que sus efectos se estabilicen. Estas intervenciones terapéuticas componen la parte más importante del tratamiento psicológico y familiar. Es necesario realizar múltiples intervenciones entre ellas una reestructuración cognitiva que incida en la importancia de eliminar las dietas; corregir la distorsión cognitiva que lleva a clasificar los alimentos en “engordantes” y “no engordantes”; y disminuir la importancia de la apariencia corporal en el establecimiento de la autoestima.
Integrar su mente dividida entre el yo sano y el yo enfermo, permite que esta división interfiera con el proceso terapéutico, pues los buenos propósitos realizados en las sesiones se desvanecen en casa cuando la parte negativa ataca. Aunque la parte enferma domine a la parte sana, que es más débil, esta parte buena existe en cada paciente. La terapia tiene que ayudar a que esa parte sana se fortalezca y prevalezca sobre la parte enferma, aumentando su volumen y/o dialogando con la parte enferma para comprender sus razones y buscar soluciones alternativas.
Los Trastornos del Comportamiento Alimentario (TCA) son trastornos multidimensionales generados por una conjunción de factores fisiológicos, cognitivos, emocionales, familiares y socioculturales, que se siguen expandiendo en una sociedad cuyo valor más deseado es alcanzar una imagen corporal delgada y una imagen psíquica perfecta como expresión de éxito y “elegancia”.
Estos trastornos han alcanzado dimensiones muy elevadas en las sociedades occidentales. La prevalencia de la anorexia nerviosa (AN) entre las mujeres oscila, entre 0.3% y 3.7%, dependiendo de los criterios más o menos estrictos para realizar el diagnóstico. En cuanto a la bulimia nerviosa (BN), la prevalencia oscila entre 1% y 4.2%.
Los tratamientos actuales consiguen mejorías que no superan el 70% de las pacientes y de estas, alrededor del 20% mantienen síntomas que las hacen muy vulnerables a las recaídas. El 25-30% restante sigue un curso crónico y las pacientes permanecen atrapadas en la patología.
Los pacientes presentan alteraciones del comer que repercuten de forma grave en su salud, pero su comprensión completa requiere considerarlos el resultado de problemas biológicos, cognitivos, emocionales y relacionales insertados en una sociedad volcada en el cuerpo.
No tomar en cuenta esta realidad subyacente bloquea la implementación de un programa de tratamiento integral, eficaz y duradero.
Contar calorías, realizar miles de flexiones o planificar cómo conseguir no comer a pesar de tener hambre, permite a la paciente disminuir su conciencia, bloquear los sentimientos dolorosos, evitar pensamientos amenazantes y/o eludir los retos vitales que la esperan.
Los atracones, a su vez, sirven para soslayar cualquier sentimiento negativo: tristeza, soledad, vacío interior, agresividad, que emerja en la conciencia; Las purgaciones se utilizan como alivio del exceso de comida, la negatividad emocional y/o la relajación física y mental.
La normalización alimentaria, obtenida mediante el establecimiento de unos hábitos alimentarios sanos, y la eliminación de las conductas purgativas, necesitan apoyarse en un cambio de mentalidad de las pacientes para que sus efectos se estabilicen. Estas intervenciones terapéuticas componen la parte más importante del tratamiento psicológico y familiar. Es necesario realizar múltiples intervenciones entre ellas una reestructuración cognitiva que incida en la importancia de eliminar las dietas; corregir la distorsión cognitiva que lleva a clasificar los alimentos en “engordantes” y “no engordantes”; y disminuir la importancia de la apariencia corporal en el establecimiento de la autoestima.
Integrar su mente dividida entre el yo sano y el yo enfermo, permite que esta división interfiera con el proceso terapéutico, pues los buenos propósitos realizados en las sesiones se desvanecen en casa cuando la parte negativa ataca. Aunque la parte enferma domine a la parte sana, que es más débil, esta parte buena existe en cada paciente. La terapia tiene que ayudar a que esa parte sana se fortalezca y prevalezca sobre la parte enferma, aumentando su volumen y/o dialogando con la parte enferma para comprender sus razones y buscar soluciones alternativas.